Javier Utray · Clara – mente morir de arte ·

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Miércoles, 3 de abril de 2024

 

 

 

JAVIER UTRAY

 

Clara – mente morir de arte

comisariada por / curated by Mariano Navarro

 

 

6.4.2024 – 25.05.2024

 

Inaguración: Sábado 6 de abril de 2024 / 11:30 – 14:30h
Opening: Saturday, April 6, 2024  /  11:30 – 14:30h

 

1
Sin título, circa 1970. Técnica mixta sobre lienzo / Mixed media on canvas. 130 x 195 cm

 

Clara-mente morir de arte
 

Javier Utray (Madrid 1945–2008) fue arquitecto, pintor, escritor, artista plástico, músico intérprete y compositor,performer y, esencialmente, un agitador cultural de primer orden que influyó de manera determinante en la configuración de la escena artística española desde los años setenta del siglo XX hasta su temprano fallecimiento en la primera década del siglo XXI.

Construyó con dedicación absolutamente fiel su singular y extraordinaria figura al hacer de cada suceso, por banal o rutinario o de costumbre cultural que fuera, un modo de “actuar en arte”. Concederle a lo nimio la capacidad de absorber todos los significados y, al tiempo, descargarlos de cualquier carga jerárquica en el orden del pensamiento.

Nadie que lo conociera, que tuviese ocasión de conversar con él y aún más de contemplar su “hacer”, salía de la experiencia sin un cambio en su percepción del mundo y del modo de leerlo.

Javier Utray fue un artista con personaje sin necesidad alguna de buscarlo. Una personalidad excepcional por lo natural de su interpretación de “ser”, “de ser él”. Algo que nos marcó a los más próximos a su persona, por corta que fuese esa cercanía físicamente, epistemológicamente y creativamente.

El título que he elegido para la exposición, en cierto sentido traído por los pelos, una expresión muy de Utray, procede del poema Mayeúticos enterradores, con el que el artista acompañó su primera exposición en la Galería Moriarty, en 1990, y que jugando con los nombres de sus responsables, Lola Moriarty y Clara Díaz-Aguado, creo que quería calificar a los artistas, fuese cual fuese su arte, que sepultaban con su “hacer” la idea de un inexorable vínculo entre el conocimiento y lo que hicieron quiénes les precedieron, por brillantes y “enterradores” que fuesen[1].

La exposición aborda únicamente aspectos parciales, aunque radicalmente significativos de su trabajo, un conjunto de pinturas de distintas etapas y fechas y varias páginas de sus cuadernos de trabajo. Han quedado inevitablemente fuera la veta arquitectónica, musical y performer, así como la creación de objetos significantes.

Utray tuvo una consideración muy temprana de que la pintura se genera desde el concepto, no desde la técnica, ni desde la verosimilitud, ni siquiera desde la Estética convencional o académica. Y, al tiempo, establecía física y materialmente lo que denominaba “el pacto con la tela teñida de colores”. Un pacto que en el período más fecundo de su trayectoria vería desaparecer casi por completo la elaboración manual.  

La pieza más antigua de la exposición es un autorretrato, Sin título, circa 1970, en el que Utray adelanta o comparte las que van a ser características de la figuración madrileña de esa década: rechazo de la representación, canjeada por una experimentación conceptual con elevado peso de la narrativa, incluida la de la propia Historia del Arte; abolición de la perspectiva, explosión cromática, incorporación a la plástica del pensamiento filosófico contemporáneo y un humor pleno de desparpajo.

Esas enormes esferas –abierta y con dos pupilas una, cerrada la otra– de Sin título, circa 1970, en el que, seguramente, Carlos Alcolea pintó los cilios del de la derecha, apuntan a uno de los principales componentes significantes del universo Utray; elemento, por otra parte, objeto de una larga reflexión histórica: el ojo. 

           “[…] una visión
           binocular, sin trompe l’oleil, donde cada
           ojo cerebro trampanteojea una cosa retinianamente distinta
           pero verbalmente idéntica provocante de una
           percepción imaginaria que oscila pendular entre la
           identidad y la distinción, visión esquizoide
          y retórica”.[2]            

Las vitrinas contienen casi una decena de cuadernos de trabajo de fechas diferentes cuyas notas y apuntes prologan o dialogan o proporcionan otras perspectivas a las pinturas expuestas.

En la que se corresponde con la pintura anteriormente citada recogemos al menos tres de las propuestas y análisis del artista: una primera duchampiana, el “giroscopio óptico [que] descorcha el ojo en una anamorfosis”; una segunda, la propuesta de visualización de un “Meta anamorfismo”, cual “el recorrer del ojo sobre la pintura”; y, por último, el “Fractalómetro”, “El ojo acupuntor / (con precisión koreana) / perfila estigmatismos / sinusoides. Partoût”.            

Un tema transversal a la vida y obra de Javier es, sin duda, y así lo han apreciado también otros autores, la conciencia de la muerte.

La exposición aborda el tema desde una reducida aunque múltiple muestra de registros; así, un ejemplo de su serie Epifanías egipcias, que señalaría su retorno a  prácticas concurrentes con la pintura sin el empleo de ninguna de sus maneras tradicionales: ausencia absoluta del gesto –sustituido en ocasiones por la aleatoriedad de la impregnación–, de la pincelada y casi de todos los recursos pictóricos manuales. La fórmula consistía en dictar las instrucciones de imprimación por teléfono o mediante un manual de instrucciones, sin apenas jamás emplear las propias manos. El sistema llega a su extremo en la numerosa serie “Ojos de camaleón”, en la que concurren, a un solo tiempo, los pantones propios de la imprenta, una amplia iconografía, desde las diosas egipcias a las calaveras mexicanas, o la radiografía quizás de las manos ociosas del pintor.

Son pinturas iconográficamente impecables e implacables, cromáticamente poderosas y mediante composiciones que ponen en cuestión las relaciones entre nuestra percepción y su discurrir simbólico.

Las vitrinas correspondientes a estas pinturas aluden, con páginas en las que boceta “La mascarilla mortuoria de la madre de Roussel”, a la danza al aire de los ventiladores de las calaveras de Holbein o a ese galán de noche, cuya calavera reposa en la mano de su dueño, al argumento de la mortalidad. Y un conjunto de proyectos da mínima cuenta de la versatilidad de sus maneras: la propuesta de un concierto, una proyección intracraneal  o un inmenso jeroglífico tridimensional que “piensa” el último cuadro que pintó Kandinsky.

 

Mariano Navarro
Comisario
Marzo de 2024

 


[1] Memento mori moriarty
     Clara-mente morir de arte
     Lolamente mártires
     Víctimas
     De las víctimas del Terrorismo
     Del Arte de Morir.

[2] Cuaderno “Rabanitos jónicos”, circa 1990.

 

 


 

Clear-ly dying from art 

      

Javier Utray (Madrid 1945-2008) was an architect, painter, writer, plastic artist , musician and composer, performer, and essentially, a leading cultural agitator who influenced decisively on the configuration of the Spanish art scene from the 1970s to his early death in the first decade of the 21st century.  

He built, with faithful devotion, his unique and extraordinary figure when making every event, either banal, ordinary or cultural tradition may it be,  a way of  “acting in art”. He granted the trivial things the capacity to absorb all meanings, while at the same time he was able to unload them from any hierarchical burden in regards to thought. 

Nobody who knows him, who had the opportunity to talk to him and even more to look at his “doing”, would step out of this experience without changing his/her own perception of the world and of the way of reading it. 

Javier Utray was an artist with character with no need to search it. An exceptional personality by his ease on his understanding of the “being”, “of his own being”. And that was something which marked us, the closest ones, to him, however short that physical, epistemological or creative closeness might be.

The title I have chosen for this exhibition, in some sense far-fetched — a typical Utray’s expression—, comes from “Mayeúticos enterradores”, the poem with which the artist accompanied his first exhibition in the gallery Moriarty in 1990. Then, by playing with the names of those in charge, Lola Moriarty and Clara Díaz-Aguado, I think he attempted to qualify the artists, either their art would be, who buried with their “doing”  the idea of an inexorable link between the knowledge and that which was done by those who preceded them, either brilliant and “burier” might them be.[1]

This exhibition only tackles partial aspects, though radically significant ones of his work, a set of paintings from different stages and dates, and several pages of his workbooks. It has necessarily been left out his architectonic, musical and performing bent as well as his creation of meaningful objects.  

Utray had an early thought that painting is created from concept, and neither from technique, nor from verisimilitude, nor even from conventional or academic aesthetics. And, at the same time, he established physically and materially what he called “the agreement with the dyed fabric of colors”. An agreement that in the most prolific period of his career would see the fully disappearance of manual processing. 

The oldest piece of this exhibition is a self-portrait, Untitled, circa 1970, where Utray anticipates or shares what the Madrid figuration features of that decade are going to be: rejection of representation, changed by a conceptual experimentation with a high emphasis on narrative, included such of Art History; abolition of perspective, chromatic explosion, inclusion into the plastic of contemporary philosophical thought and a humour full of nerve.              

Those huge spheres – one, open and with two pupils, and another closed– from the work Untitled, circa 1970, where Carlos Alcolea surely painted the cilia of that on the right, show one the main meaningful components in Utray’s universe; element, otherwise, which must be subject to a long historical reflection: the eye. 

           “[…] a binocular

           vision, without trompe l’oeil, where each
           brain-eye cheats one different retinal thing
           but verbally identical which produces an
           imaginary perception that ranges swingingly between
           identity and distinction, schizoid and rhetorical
           vision”. [2]

The showcases contain almost a dozen of workbooks with different dates, whose notes and remarks preface, dialogue or provide other perspectives to the exhibited paintings. 

Regarding the one referred to the previously mentioned painting, we gather at least three of the artist’s proposals and analysis: the first one is Duchamp-like, the “optical gyroscope [that] uncorks the eye in an anamorphosis”; the second one is the proposal of displaying a “Meta anamorphism” that’s “the moving of the eye along the painting”; and lastly, the “Fractalómetro” that’s “The acupuncturist  eye/ (with Korean accuracy)/ outlines sinusoid/ stigmas. Everywhere”.

A cross-cutting theme in Javier’s life and work is, undoubtedly, and that’s how other authors have appreciated it, his awareness of the death. 

The exhibition addresses this topic from a small though multiple sample of registers; then, an example of his series Epifanías egipcias (Egyptian Epiphanies) would underline his return to concurrent practices with painting without the use of any of its traditional manners: absolute absence of gesture – which is sometimes replaced by the randomness of permeation–, of brushstroke and almost of every manual pictorial resources. The formula was based on dictating the instructions of primer by phone or by an instruction manual, without barely using his own hands. This system shows its peak in the numerous series Ojos de camaleón (Chameleon’s Eyes), where we can see the concurrence, at the same time, of all characteristic pantones of primer, an extended iconography, from the Egyptian goddesses to the Mexican skulls, or perhaps the x-ray of the artist’s idle hands. 

These are iconographically flawless and relentless paintings, chromatically powerful. He proposes compositions that challenge those relations between our perception and their symbolic flow. 

The showcases of these paintings refer, with pages in which he drafts “Roussel’s mother death mask”, to such dance in the air of the fans in Holbein’s skulls or to such clothes butler, whose skull rests on his owner’s hand, and definitely, to such mortality theme.  And a set of projects give a minimum account of the versatility of his manners: the proposal of a concert, an intracranial projection or an immense three-dimensional hieroglyphic that “thinks” the last painting who Kandinsky painted.  

 

Mariano Navarro
Curator
March, 2024

 


[1] Memento mori moriarty
     Clara-mente morir de arte (Clear-ly dying from art)
     Lolamente mártires (Lolamente martyrs)
     Víctimas (Victims)
     De las víctimas del Terrorismo ( On terrorism victims)
     Del Arte de Morir (On the Art of Dying)

 

[2]  Workbook “Rabanitos jónicos” ( “Ionian radishes ”), circa 1990.

 

 

 

 

 

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