Eduardo Martín del Pozo – APERTURA MADRID GALLERY WEEKEND

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Jueves, 5 de septiembre de 2024

 

 

                      

 

 

Eduardo Martín del Pozo

 

Las flores más raras

 

 

Artist Talk: domingo 15 de septiembre de 2024 / 12:30h

Artist Talk: September, Sunday 15, 2024 / 12:30

 
 
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Dossier

 

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LAS FLORES MÁS RARAS

 

Una manera divertida de definir la pintura moderna podría ser decir que es la genialidad a partir de las metáforas más equivocadas. En cierto sentido, pintores, poetas y músicos coquetearon con la posibilidad de una “pintura musical”, una “poesía hecha de imágenes” y una “música descriptiva”, sin que podamos saber muy bien a qué se referían. Pero, al contrario de lo que pudiera parecer, fue la impropiedad de esas metáforas, su imprecisión, el principal impulso en la revolución de unos lenguajes propios, el comienzo del sueño de artes autónomas.

Es fácil pensar en Eduardo Martín del Pozo como un heredero de esta tradición moderna: uno que quizá ha perdido la ingenuidad pero que se resiste a que desaparezca la pulsión de este juego.

Las flores más raras toma precisamente de título un famoso verso de Baudelaire, el padre de estas utopías sinestésicas, de estas “correspondencias” entre las artes. Pertenece al poema “La invitación al viaje”, una celebración de nuestra capacidad de invención de paraísos artificiales. En su variante en prosa del mismo poema en El esplín de París, Baudelaire establece, además, una relación entre estos paraísos ficticios y la propia obra de arte. Cada hombre segrega, dice, “su dosis de opio natural”, una capacidad imaginativa capaz de inventar “países” más verdaderos que la propia verdad, superiores “como el Arte lo es respecto a la Naturaleza”.

Las flores más raras se presenta como una serie de variaciones sobre el imaginario del paraíso, con una doble faz que tiene lugar en dos sedes físicas. En F2 Galería, en Madrid, un paraíso diurno, una selva; en la Galería Vilaseco, en A Coruña, el paraíso nocturno se transforma en un inquietante bosque.

Nada de este juego de variaciones es ingenuo: selva y bosque potencian el carácter siniestro, en cierto sentido inhumano, de la propia idea de paraíso. Y reivindican el origen romántico de este tópico, pero lo hacen desembocar en una sensibilidad contemporánea, una que completa la escisión entre la vida y su representación. El ejemplo podría ser una canción de los Pogues, “Summer in Siam”, que da título a uno de estos “paraísos diurnos”. La voz canta la felicidad de alcanzar una naturaleza, por cierto, cargada con los clichés de lo exótico, un paraíso de postal; y la música que la acompaña se disocia en una absoluta tristeza. La naturaleza cambia, se transforma, canta Shane MacGowan, y él se  reafirma en una idea repetitiva: sólo sé que soy

Entre medias de este recorrido por un símbolo que hunde sus raíces en el propio imaginario humano,  paraíso o jardín, Martín del Pozo añade algunas gozosas intuiciones. Las flores mutan en estrellas, las constelaciones resaltan su origen como mapa (y a él mismo le gusta pensar en las constelaciones no solo como los primeros mapas humanos, sino como las primeras “pinturas”). La paleta de colores se trabaja desde una hermosa contradicción, nunca evidente: los amarillos “saturnales”, casi verdes, intentan quitarse peso con pinceladas de blanco. Y la oscuridad, antes que exagerar su dramatismo, se reivindica como historia de la pintura: son los negros habitables del Barroco español. La pulsión geométrica habitual en su obra se relaja, parece más bien un encuentro fortuito de formas sobre un lienzo, azaroso y acertado.

Porque Eduardo Martín del Pozo no es un pintor al que le pese lo conceptual. Como en exposiciones anteriores más “musicales”, como sus homenajes a Morton Feldman o Beethoven, apuesta por una intuición de lo esencialmente pictórico: el ritmo y el gesto. La pincelada cada vez más laxa y suelta, con algo de huella mínima y gozosa. Él se refiere a esto con una metáfora materialista: pintar es como comer sardinas. 

 

CARLOS PARDO

THE RAREST FLOWERS 

 

An amusing way of defining modern painting might be to say it is genius based on most mistaken metaphors. In a certain sense, painters, poets, and musicians have flirted with the possibility of a “musical painting”, a “poetry made of images” and a “descriptive music”, without us being able to know very well what they were referring to. However, contrary to what it might seem, it was the inappropriateness of these metaphors, their imprecision, that was the main impetus in the revolution of their own languages, the beginning of the dream of autonomous arts. 

It is easy to think of Eduardo Martín del Pozo as an heir to this modern tradition: one who has perhaps lost his ingenuity but who refuses to let the drive of this game disappear. 

The Rarest Flowers is a famous verse by Baudelaire, the father of these synaesthetic utopias, of these “correspondences” between the arts. It belongs to the poem “Invitation to the Voyage,” a celebration of our capacity to invent artificial paradises. In his prose variation of the same poem in “Paris Spleen”, Baudelaire also establishes a relationship between these fictitious paradises and the work of art itself. Each man segregates, he says, “his dose of natural opium,” an imaginative capacity capable of inventing “countries” truer than truth itself, superior “as Art is to Nature.” 

Furthermore, The Rarest Flowers is presented as a series of variations of the imaginary paradise, with a double face that takes place in two physical locations. At F2 Galería in Madrid, a daytime paradise, a jungle; at Galería Vilaseco in A Coruña, the nocturnal paradise is transformed into a disturbing forest. 

Nothing in this game of variations is naive: jungle and forest enhance the sinister, in a certain sense inhuman, character of the very idea of paradise. Moreover,  they claim the romantic origin of this topic, but they make it flow into a contemporary sensibility, one that completes the split between life and its representation. An example could be a song by The Pogues, “Summer in Siam”, which gives its title to one of these “daytime paradises.” The voice sings of the happiness of reaching nature, by the way, loaded with the clichés of the exotic, a postcard paradise; and the music that accompanies it dissociates into absolute sadness. Nature changes, it transforms, sings Shane MacGowan, and he reaffirms a repetitive idea: I only know that I am. 

In the middle of this journey through a symbol rooted in the human imagination, the idea of a paradise or garden, Martín del Pozo adds some joyful intuitions. The flowers mutate into stars, the constellations highlight their origin as a map (and he himself likes to think of the constellations not only as the first human maps, but as the first “paintings”). The colour palette is worked from a beautiful contradiction, never evident: the “saturnal” yellows, almost green, have their weight taken off with brushstrokes of white. And the darkness, rather than exaggerating its drama, is claimed as a history of painting: they are the habitable blacks of the Spanish Baroque. The geometric impulse usual in his work is relaxed, it seems more like a fortuitous encounter of forms on a canvas, random and successful.

In summary, Eduardo Martín del Pozo cannot be mistaken as a painter who is weighed down by the conceptual. As seen in previous, more “musical” exhibitions, such as his tributes to Morton Feldman or Beethoven, in which he relies on an intuition of the essentially pictorial: rhythm and gesture. The brushstrokes are increasingly loose and lax, with something of a minimal and joyful mark. He refers to this with a materialist metaphor: painting is like eating sardines.

 

CARLOS PARDO

 

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